Paranoyas célebres.

lunes, 12 de abril de 2021

El susurro de los álamos

El inmortal mago de ojos dorados se marchaba, esta vez para siempre. El ángel pensaba que se había acostumbrado a que se marchase, era un itinerante, no podía retenerlo a su lado y había decidido vivir con ello. Pero también pensaba que tarde o temprano, siempre regresaría a su lado. Que aquel hilo que los había entrelazo, nunca tiraba demasiado, pero sí lo suficiente para mantenerlos unidos a pesar del tiempo y el espacio. Por supuesto, no fue así.

Allan no podía permanecer junto a ella por más tiempo, no porque no la quisiese, pues su corazón se desgarraba con aquella última despedida, sino porque si continuaba despertando a su lado no sería capaz de volver a irse nunca más.   «¿Tan horrible sería?» Se había preguntado alguna vez, despertar todos los días al lado de la persona a la que más quería, con quien deseaba volver después de cada hazaña. La respuesta, siempre era la misma, «lo sería», se perdería para siempre. Pero aquello, aquello no era algo que pudiese decirle al ángel, si ella lo descubría no sería capaz de dejarle ir para siempre. No, debía romper su corazón, aquello era una hazaña propia del hombre de las mil caras, del director del circo de criaturas. Tenía que volver a ser aquel hombre. Aquellos álamos habían sido la voz que le faltaba.

Había perdido el corazón bajo el susurro de las hojas de los álamos que se estremecían en el bosque en el que se conocieron. El cautivador sonido de las hojas meciéndose bajo el céfiro, se antojaba una profecía de la catástrofe que estaba por suceder, de la tormenta. Dicen que cuando un ángel se rompe, todo lo que lo rodea se resquebraja con él. Dicen que cuando no son capaces de expresar ese padecimiento, sus poderes incitan desastres descomunales. Y probablemente, eso fue lo que provocó que aquella tarde el cielo se rompiese en llanto como no había sucedido en años.

El susurro de los álamos, ya no lo era, ahora gritaba, gritaba que aquella era la última despedida.

domingo, 3 de enero de 2021

Insoportable.

Los gritos de Alaric atravesaron el apartamento, Alana presa de la curiosidad se dirigió a la habitación del demonio que se encontraba a oscuras jugando a algo en el ordenador. Esbozó una sonrisa mientras observaba como le gritaba a la pantalla o a alguien tras la pantalla, por supuesto.

—¡TE ENCONTRARÉ Y TE SACARÉ LOS OJOS Y TE CORTARÉ LAS MANOS PARA QUE NO VUELVAS A ENTRAR EN UNA PARTIDA CONMIGO! —Le gritó.

Alana lo miró entre divertida y horrorizada, aquello era algo que Alaric podía hacer sin problemas. Sin embargo, si convivían juntos era para poder controlar ese tipo de impulsos del demonio. Al podía transportarse a la misma velocidad que él, mientras dejase el rastro. Y, por supuesto, podía arreglar o evitar cualquier despropósito o maquiavélica idea que saliese de entre los cabellos dorados de su compañero de piso.

—Alaric —lo llamó, pero el demonio hizo caso omiso de su nombre—. ¡ALARIC!

Dio un brinco en la silla y sus ojos grises enfocaron a Alana, torció la cabeza como un gato y se bajó los auriculares a la altura del cuello. Esbozó una sonrisa, una de aquellas suyas, como si nunca hubiese roto un plato en su vida.

—¿Qué ocurre?

—¿Podría usted ser tan amable de bajar la voz…? O de callarse, ya que estamos.

Alaric alzó la mirada, exasperado. Y, de nuevo, aquella sonrisa sobrada que sólo disfrutaba cuando Al estaba cerca. —Cállame.

En un parpadeo, el ángel se encontraba junto a él apuntándolo con una espada irisada. Pestañeó, pícara, si es que era posible que Alana lo fuese. —Ha sido más fácil de lo que pensaba… —murmuró agachándose hasta el oído de su compañero, que recuperó la respiración al escucharla hablar. Con aquello, el ángel hizo desaparecer la espada.

—No era la forma en la que esperaba que lo hicieses… —respondió Alaric de forma huraña, colocándose otra vez los auriculares y dándole al botón de buscar partida.

Gracias a él, o más bien, por su culpa, Alana había aprendido y experimentado sensaciones que los ángeles y muchos mortales no eran capaces de imaginar. Asimismo, por la compañía reiterada de dicho demonio de ojos dorados, había perdido parte de su magia celestial y había adquirido cierto control sobre el fuego, algo completamente fuera de lugar en un ángel. Del mismo modo, él había perdido gran parte de sus poderes y había adquirido otros que no eran apropiados para su raza.

—Eres insoportable —le recriminó antes de fijar la mirada en la pantalla. Al lo contempló, a veces lo hacía. Recordaba como se habían conocido, como habían intentado matarse unas 100 veces y como, después de todo aquello, él había muerto por ella. Literalmente. Se hizo un hueco con la mesa y se sentó en regazo del demonio, rodeándolo con los brazos.

—Será que me he acostumbrado, pero tú no estás nada mal —le respondió, dejando caer la barbilla sobre su hombro. No necesitó mirarle para saber que la había escuchado, pero cualquiera que lo mirase a la cara, podía ver chispear el brillo dorado en los ojos grisáceos de Alaric y que un leve rubor se extendía por las mejillas del muchacho.  

Con sumo cuidado de no molestar a su invitada, colocó una de las manos sobre el teclado y la otra sobre el ratón, girando la cabeza lo suficiente para ver la pantalla. El olor a cerezo, propio del champú que utilizaba el ángel, le impregnó la nariz imbuyéndolo de la paz que le proporcionaba su compañía. Curioso, desde luego, pues el inicio de su convivencia había sido todo lo contrario. Principalmente, por el temperamento de Alaric y la tranquilidad con la que Al se lo tomaba todo. Y, entre aquellas peleas, había surgido algo en el demonio. Atracción, la necesidad insostenible de hacerla suya. Cuando lo consiguió, surgió otra necesidad, algo que nunca le había pasado con ningún otro compañero de juegos, la de su compañía.

domingo, 10 de mayo de 2020

Verde del Betis

1 de Noviembre 2019. El día en el que te perdí. El día en el que te perdí para siempre.

No sé muy bien como afrontar la idea de un mundo sin ti. Supongo que no estaba lista para decir adiós. Supongo que nadie lo está cuando suceden estos acontecimientos en personas jóvenes, sanas y que tienen todo el futuro por delante. No, no estoy lista para decirte adiós. No estoy lista ahora ni creo que esté lista dentro de un año. Me quema la sensación de saber que no estás en este mundo, tengo pesadillas en las que intento salvarte pero es imposible. Tú mismo dices que es inevitable, que tengo que dejarte ir aunque sabes que no podré hacerlo. No sé cómo se está lista para decir adiós en una situación así, cuando es el destino el que te rompe en mil pedazos. Estoy enfadada, estoy triste y estoy rota. Rota en miles de pedazos que no sé cuando sanarán.

A decir verdad, no sé como me siento, lo que sí sé es que sólo muere lo que se olvida y yo, yo no pienso hacer eso. Necesito que vivas, que vivas para siempre en mi corazón e incluso en los corazones de aquellos que nunca te conocieron pero a los que habrías marcado como me marcaste a mí.

Los recuerdo, tarde o temprano, caen en el olvido. Eso es lo que más temo. No quiero olvidar lo que me hiciste sentir. No quiero olvidar la calidez de tu sonrisa o tus ojos verdes. No quiero olvidar tu incondicional cariño por el Betis y como el color que para mí era "verde esperanza", ahora es "verde der Betis". No quiero olvidar tu continuo amor por las travesuras, por las bromas y como todo enfado se esfumaba con esa sonrisa tuya. Pese a ser más pequeño que yo, siempre cuidaste de mí. Mi hermano menor, cuidándome como si fuese mi hermano mayor.

Te quiero. Joder, siento que se me encoge el corazón sólo de decirlo. Te quiero muchísimo. Siento no habértelo dicho lo suficiente. Nunca pensé que no tendría más oportunidades de decírtelo, nunca pensé que de un día para otro, no habría más navidades juntos, más abrazos o mensajes diciendo "te echo de menos". No, definitivamente, no pensé que fueses tú el que se marchase antes. No sé cómo superar tu pérdida y en estos últimos tiempos, he superado bastantes. No es lo mismo que te vayas lejos a que dejes de alumbrar el mundo con tu luz. Un faro, sigue iluminando en la distancia pero ahora... ahora no hay ninguna luz. 

No sabes como voy a echar de menos que me obligases a echarme sobre tu hombro cuando las cosas iban mal, que me dijeses que lo solucionaríamos mientras me acariciabas el pelo.

El Valhalla ha adoptado un nuevo vikingo y de todo corazón, espero que la cerveza sea tan buena como dicen. Nada haría justicia a mi chico del pan de no ser así. Te quiero. Te echo de menos y seguiré echándote de menos mientras tenga memoria. Perdóname por todo, descansa en paz. Te prometo que tarde o temprano, también yo lo conseguiré.

miércoles, 1 de abril de 2020

Leyes insondables

 El cielo estaba despierto, y el bosque, también. Las ramas desnudas de los árboles chocaban bajo el aullido del viento invernal. Y allí estaba ella, envuelta en una capa tan gruesa como el manto de nieve sobre el que se deslizaba. Decir que se deslizaba era, posiblemente, un eufemismo, pues sus pies descalzos hacían crujir el hielo que se había acumulado durante la noche y el día anterior. Las huellas quedaban emborronadas tan pronto como el siguiente paso acompañaba a los primeros. No tenía ninguna certeza de su destino, pero en algún sitio estaba escrito que alguien la esperaba. Lo sabía. Su voz no paraba de llamarla. Estaba allí, entre los alaridos del viento en las ramas de los árboles. Estaba allí, entre el continuo crujir de la nieve por los curiosos animales nocturnos. Estaba allí, bajo la luz blanca de la luna. Estaba allí, por supuesto que estaba allí. O eso era lo que su instinto le decía.

Escuchó un quejido. No era el sonido de la nieve rompiéndose por el aumento de la temperatura o el estímulo auditivo producido por las liebres invernales saltando sobre el hielo. No. Era algo diferente algo que conocía.

—Al…

La voz sonó aún más profunda, más herida. Su corazón se encogió de la misma forma que una mimosa púdica al ser acariciada. Sus ojos se habían acostumbrada a la tenue luz de la luna y ahora, era capaz de visualizar cada pequeña criatura que buscaba refugio en aquella tormentosa noche.

—Al… —repitió la voz. Sabía que estaba allí, su conexión había provocado que fuese a buscarle. El viento azotó su rostro y zarandeó la gruesa capa que rodeaba sus hombros. Su cuerpo no reaccionó al frío, pese a los labios azulados y los pies entumecidos. Su cuerpo, no reaccionaba a cambios mundanales como la temperatura. Aún así, temblaba. Temblaba sobrecogida por el miedo a perder a la única persona que le importaba. El sonido de una tos seca hizo que sus pies casi sobrevolasen el espacio que les separaba.

—Te encontré, te lo prometí, te encontré —murmuró con voz entrecortada mientras posaba la capa sobre el cuerpo desfallecido en la nieve—. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué te has enfrentado a él? ¡No podías ganar!

Sus ojos grises la contemplaron como siempre lo hacía, con tanto amor que era imposible pensar que aquel muchacho de cabello rubio fuese un demonio. Tendió su mano, dejando que la capa de Alana se manchase aún más de sangre y acarició la mejilla de la joven.

—¡No puedo curarte! No puedo curar esa herida porque eres diferente, Alaric. Y no sanará más rápido si estás aquí.

Esbozó una sonrisa, una sonrisa que trató de alumbrar a la mismísima luna llena que los vigilaba aquella noche.

—Todo irá bien… —farfulló—. Te lo prometo.

Sus ojos se apagaron tras esas palabras, el rostro de la muchacha se hundió en la desesperación y con ello, el color carmesí tintó al astro que había estado observándoles aquella noche despierta. Despertó, por primera vez en mucho tiempo, su poder embargó la oscuridad y las alas volvieron a brotar en su espalda, imbuidas en una magia ancestral capaz de romper incluso las leyes insondables. Los ojos de Alaric recuperaron el color y un destello dorado y el cuerpo de Alana, cayó sobre él como un peso muerto y roto.

sábado, 3 de agosto de 2019

Noche estrellada

Alana nunca pensó que todo aquello fuese real. Desde su punto de vista, no era más que un sueño, un terrible sueño. Algo que se conocía como una pesadilla. Había leído que los seres humanos debían dormir una media de entre seis y ocho horas, aunque ella no podía recordar cuando había sido la última vez que sus ojos se habían cerrado en busca del descanso de un sueño reparador. De hecho, cada vez que cerraba los ojos, la invadía el pánico. La sensación de ahogo y el recuerdo de unos fríos ojos amarillos vivían en su retina cada vez que sus párpados se cerraban presas del agotamiento. También, la invadía el vacío, la sensación de no ser dueña de sí misma y estuviese perdiéndose para siempre.

Quizás, esa era la razón que la llevaba a pensar que todo aquello que vivía era una pesadilla. O quizás, era la falta de cualquier sentimiento, de cualquier dolor… incluido el físico. Sí, probablemente esa era una razón más que plausible y lógica para pensar que era una pesadilla. Un sueño terrible del que conseguiría despertarse si hacía caso a lo que había leído, tarde o temprano despertaría como todos los demás. Sin embargo, Alana seguía preguntándose algunas cosas sobre aquellos sueños ¿Cuál era el propósito de su pesadilla? ¿Despertarse la haría volver a sentir?

La noche se alzaba sobre ella y, a sus pies, la ciudad iluminada. Contempló, desde lo alto del edificio, como las farolas inundaban de luz la vacía noche sin luna. Algunas estrellas resistían la contaminación lumínica y añadían un baño tenue de luz iridiscente al firmamento en aquella noche densa, espesa y trágica. En silencio, se acercó al resquicio y dio el paso al vacío.

Cayó.

Por un instante maravilloso, su mente se despejó y lo contempló todo con claridad. Finalmente, podría despertarse. El gozo, la calma y el final de su agonía se acercaban a la misma velocidad que el suelo. El silencio se alzaría llamándola y llenándola como un ansiado deseo que se hacía realidad. Era el recuerdo de una época pasada, una época en la que los sentimientos le afloraban desde el interior y florecían sobre su piel y sus expresiones. Casi creía poder alcanzarlos, pero a pesar de todo, aquello sólo duró un instante.

Antes de que su cuerpo chocase abruptamente con el suelo, dos enormes alas blancas brotaron de su espalda golpeando el aire y evitando así, el ansiado impacto final. Se alzó, magnífica como era y desplegó su velo en aquella noche estrellada. Alana se preguntó, cómo podría encontrar su final alguien que era inmortal.




domingo, 28 de julio de 2019

De paso

Creo que me siento mejor cuando escribo que cuando hablo porque no me gusta hablar de lo que siento, porque no me gusta hablar de todo aquello que siento y me estalla por dentro.

Estoy rota, llevo rota tanto tiempo que me aterra empezar a olvidar como era estar bien. Estoy rota, pero no recuerdo cuando empecé a estarlo o el porqué empecé a estarlo. Recuerdo aún, por suerte, una época en la que disfrutaba de los pequeños placeres de la vida, de las risas y las cosas divertidas. Y, de un día para otro, todo dejó de tener sentido. De un día para otro, no hay pequeños placeres y el único pensamiento constante es la forma en la que debería de dejar de existir para no dañar a otros. Para no crear efectos colaterales que sufran por mi culpa, siempre por mi culpa.

No sé a quién quiero engañar. Tampoco creo que fuese una gran perdida. Tarde o temprano, todo el mundo recuperaría el curso de su vida y yo ni siquiera sería un recuerdo. Simplemente nunca habría estado, ni siquiera sería una anécdota de momentos felices.

Desde luego, he aprendido que soy una persona reemplazable. Tanto en el plano romántico como en el amistoso, siento que soy más fácil de tirar que una pila usada (ojo, siempre al punto limpio, soy un trozo de basura contaminante… después de todo). Me doy cuenta con frecuencia, que al final todo el mundo se aburre de mí, de mi compañía o de aquello que tengo para aportar en sus vidas. Ha habido decenas de personas que aseguraban que nunca me borrarían de su camino, que no me sustituirían o se olvidarían de mí. A día de hoy, me pregunto si aún recuerdan siquiera mi nombre. Ha habido tantos casos, que la cuenta he perdido.

Soy una persona de paso, eso no es malo, cumplo una función en la vida de una persona y dejo de ser de utilidad. Sólo soy, una persona de paso.

viernes, 15 de junio de 2018

Perdón

Perdón si a veces no sé qué me pasa, si exploto como si fuera una bomba que ni siquiera tiene una cuenta atrás. Perdón si a veces me rompo, quizás llevo rota tanto tiempo que cuando creo estar bien doy por hecho que ya estoy reparada. Perdón por ser como soy. Por no tener fuerzas para luchar, por rendirme, por querer desaparecer. Perdón por no estar a la altura de las expectativas, por perderme cada vez que hablo de mis sentimientos. Perdón por no ser capaz de enfrentarme a todos los obstáculos que la vida me pone delante. Perdón, especialmente, por echarte de menos cuando aún sigues a mi lado. Perdón por, en ocasiones, echarte de mi vida cuando no es lo que quiero hacer. Perdón por equivocarme, por hacerte daño cada vez que hablo. Perdón por todo, incluso por existir. Perdón por aparecer en tu vida, a veces deseo que hubiese sido otra persona la que te apoyase cuando las cosas iban mal. Perdón por no hacerte feliz ni a ti ni a nadie.


Perdón, de nuevo, por existir, pero por favor no me sueltes o dejaré de pedir perdón.


miércoles, 17 de enero de 2018

Ella es mi llave

[Locked Clearwater~]

Nadie se me quedaba mirando cuando entraba por la puerta del enorme salón. Quizás hubo una época en la que lo hacían; en la que la gente se giraba al verme pasar. Ahora, el pomposo pelo rosa pasaba tan desapercibido como yo. Finalmente, lo había conseguido, había conseguido ser invisible. El mundo giraba según mis estúpidos designios, había querido desaparecer y desde luego que lo había conseguido. Sin embargo, había una persona, una persona capaz de verme a través incluso del tiempo.

Su mirada dulce se cruzó con la mía, anonadada y perpleja, su cuerpo se balanceó atravesando el aula casi como lo haría una bailarina de ballet, hasta finalmente, encontrarse junto a mí. Tragué saliva, cuando estaba cerca de mí se me olvidaba hasta respirar. No era capaz de entender como aquel ser humano tan perfectamente creado, me prestaba atención.
—Buenos días, Locked.

—Buenos días, Key —respondí tratando de imitar el tono dulce de su voz mientras me perdía, una vez más, en sus ojos verdes y las pecas que le llenaban el rostro. Nunca lo había dicho en voz alta, pero estaba inconfundiblemente enamorada de ella. Quizás, enamorada era decir poco, relámpagos de emociones surcaban mis brazos cada vez que sus dedos me rozaban para cogerme de la mano. Sentimientos que me hacían sonrojarme por la simple fortuna de tenerla en mi vida, de que me considerara su mejor amiga.

Se sentó sobre la mesa, inconsciente de que todos mis compañeros la admiraban gesticular. La larga melena cereza caía en forma de cascada sobre sus hombros semidesnudos, donde comenzaban tres entintados cuervos que, según ella, nos representaban a su hermano pequeño, a su madre y a mí. Un suspiro salió de entre sus labios de forma ahogada.

—¿No te resultó increíblemente difícil el trabajo de estadística? Creo que es el trabajo que más me ha costado de todo el año y ¡ni siquiera es el trabajo final de la asignatura! —. De un tímido brinco, saltó de la mesa y se sentó en su silla junto a la mía. Sacó un encuadernado documento con una caligrafía preciosa en la portada y lo dejó sobre la mesa. Adoraba su caligrafía, el color de su pelo y hasta la forma en la que bailaba al caminar. Contemplé la portada de mi trabajo, tan diferente al suyo, y me encogí de hombros. Desde luego, el arte gráfico no era la rama que mejor se me daba. —¿Me estás escuchando?

—¿Crees que sería capaz de no hacerlo? Estoy segura de que sacarás muy buena nota, Key. Siempre lo haces, a mí me hubiese gustado más un trabajo de literatura pero desde luego, estadística es tu rama favorita.

Mi respuesta pareció satisfacer la voz de sus sentidos, una disimulada sonrisa se dibujó en sus labios. Aunque quizás no era tan disimulada, al fin y al cabo, era capaz de verlo todo en ella. Desde que nos habíamos conocido, había surgido algo increíble, pero ella jamás sabría hasta que punto era increíble para mí. Y, en el fondo, eso me dolía de forma abismal. Dolía del mismo modo que lo hacían sus romances cuando le rompían el corazón, porque cada una de aquellas desilusiones la apagaban varias semanas. Semanas insufribles en las que sólo podía tratar de estar ahí para ella. Tengo que admitir, que nunca he entendido como alguien podía no ver la suerte que tenían de tenerla en su vida. Cómo eran capaces de romperle el corazón a alguien tan excepcional. Y, sin embargo, lo hacían.

—Algún día serás una gran escritora y yo, estaré en todas las firmas de tus libros para fotografiar el momento —respondió de forma risueña. Así era Key, la llave de mis sueños. Apostaba por mí de un modo que no había hecho nadie nunca antes—. Locked, vas a llegar muy lejos y estaré ahí para verlo. Créeme.

[…]

—Oye, Locked ¿has pensado con quién irás al baile de final de curso? Queda una semana para la fiesta.

—Estoy demasiado ocupada con los exámenes, mientras todos los demás os preocupáis por pequeñeces como el baile de graduación, yo necesito preocuparme por lo que viene la semana después. No puedo permitirme fallar.

—Sólo es una semana de pensar en detalles banales: peluquería, comprar un vestido o esmoquin elegante, bailar y disfrutar. No está tan mal después de un curso tan agobiante y, además, estarás más despejadas para los finales—. Respondió mientras terminaba de recoger las cosas que quedaban sobre la mesa de estudio. No sé cómo lo hacía, pero cada una de sus palabras me engatusaban como el canto de una sirena. Quizás, sólo quizás, aquel baile no fuese una estupidez sólo pensada para mantener el estatus quo y las relaciones sociales aceptadas. Quizás, si mi compañera de mesa aceptaba a ser mi pareja podíamos ir juntas.

No.

Agité la mano alrededor de mi cabeza, espantando a mis pensamientos como si fuesen molestas moscas, eso, nunca pasaría. Ella, nunca pensaría en mí de ese modo. Pero al menos, siempre la tendría en mi vida para dar cada uno de mis pasos. Con eso me valía, con eso me sobraba.

[Key Braverson~]

—Podríamos ir juntas… —murmuro mordisqueándome el labio inferior. Tal y como lo ha expresado Locked, espero que mis palabras caigan en saco roto. Sin embargo, debo intentarlo. Es el último año que estamos juntas antes de la universidad, que vamos a vernos cada día y aunque mi deseo es pasar el resto de mi vida cerca de esa joven que me acompaña, sé que nuestras universidades no están precisamente cerca.

La contemplo, decidida y un leve rubor se levanta en sus mejillas. No entiendo la razón, pero me mira y agacha la cabeza. —¿Contigo? —repite, como si no me hubiese escuchado.

—No, con mi padre —respondo—. Claro que conmigo, es nuestro último año y no quiero que ningún chico me robe el honor de llevarte al baile de graduación.

—O chica —replica, aunque no llego a comprender si eso hace referencia a sus preferencias. La observo detenidamente, es la primera vez que caigo en la cuenta de que Locked, siempre había permanecido cerrada a mí en términos amorosos. Había llegado a pensar que no deseaba compartir esa parte de su vida o, que simplemente, no había llegado el momento. Quizás, en un instituto en el que te marcan continuamente lo que debes ser, ni siquiera eres capaz de abrirte con tu mejor amiga.

—¿Irías al baile conmigo? ¿Serías mi pareja? —Vuelvo a preguntarle.

Asiente con tierna timidez y se esconde detrás del burbujeante pelo rosado. A veces no soy capaz de leer sus expresiones, desde luego es curioso que con la facilidad con la que empatizo con todo el mundo es a ella a quién no logro leer. Sus expresiones se enternecen aún más cuando comprende que la estoy mirando fijamente.

—Pues tenemos una larga semana por delante —añado con una sonrisa colgándome la mochila a la espalda. Ella se levanta en silencio, siempre hace lo mismo. Pretende que es invisible, pero conmigo no funciona. Su luz, a veces incluso me deslumbra.

—Key… —comienza.
Noto duda en su forma de hablar, algo le preocupa pero no llego a entender qué es—. Quieres ir al baile conmigo, sólo porque no me lo pedirá nadie ¿no?

Parpadeo, confundida ante esa pregunta. Y, por primera vez, puedo leer la expresión que subyace en sus ojos almendrados. Tiene miedo, miedo de que sólo la vea porque siento pena por ella.

—Desde luego que no, quiero que vengas al baile conmigo porque quiero pasar esa noche con alguien a quien quiero. Con mi mejor amiga.

—Claro, lo siento si te he ofendido—. Responde, aunque su voz suena dolida. Como si esperase algo más de mí, quizás siempre esperaba algo más de mí. Algo más que el resto nunca esperaba, por eso la quería. Por eso la veía de la forma en la que lo hacía.

—No creo que tú pudieses ofenderme… ni aunque te lo propusieses —respondo de forma burlona ante su comentario, intentando que la sonrisa asome por sus labios. Ella frunce el ceño y me da un empujón al salir. Esboza una sonrisa y me llama para que camine junto a ella a la salida. Desde luego, es lo que quiero hacer el resto de mi vida.

Caminar junto a esa increíble mujer. Y quizás, algún día pueda llamarla algo más que amiga al hablarle de mis sentimientos por ella y por la forma en la que baña de luz todo lo que toca.

martes, 28 de noviembre de 2017

Hielo.

Su mirada la golpeó con la misma fuerza que un témpano de hielo, siguiendo el ritmo de la danza que sus pies dibujaban bajo la bóveda de nubes que era aquella noche. Frío cual glacial, la observó desde el linde de los terrenos; las puertas de piedra permanecían cerradas a su espalda, impidiéndole continuar su camino al interior del castillo.

—¿Lo sabías? —Le preguntó mientras su mirada se clavaba en los ojos adamantinos de Catherine. Sabía que Gael podía intimidar a cualquiera, que podía con cualquiera que se interpusiese en sus planes… pero no con ella; después de todo, se había criado con personas como él.
Suspiró, estoico y disciplinado. —Claro que lo sabía —afirmó, finalmente—. Estaba allí para mí, era mi prueba y la he pasado con creces.
La joven asintió, se había dado cuenta de que Gael estaba esperando a la criatura desde el momento en el que sus pies se internaron en el bosque. Había podido observarlo durante los últimos tres años, era capaz de reconocer aquellos pequeños detalles en el ruso.
Las comisuras de sus labios temblaron en su rostro redibujando su expresión. —Deberías tener cuidado cuando no estoy para cubrirte las espaldas —comentó con elegante sorna la escocesa.

La sombra de una sonrisa pestañeó en el cincelado rostro del ruso, aunque imperceptible para cualquiera que no mirase con atención. La atención con la que siempre lo contemplaba el joven Archie Coy, por ejemplo.
—Por supuesto, Miss Bathory, nada me complacería más que su presencia la próxima vez… ya lo sabe.

Gael tendió su brazo y Catherine lo tomó con cuidado mientras se permitía desviar la adamantina mirada a la entrada del bosque donde se escondía un encorvado muchacho entre las sombras. Le pesase a quién le pasase, Gael seguía siendo su pareja de baile aquella noche e iba a disfrutar de su presencia y de todo lo que tenía que contarle hasta que saliesen los primeros rayos de sol.

La luna se despidió de ellos con timidez entre la espesura de las nubes mientras las puertas de piedra se abrían con estruendosa prudencia permitiéndoles pasar. Archie, por su parte, permaneció oculto en el cobijo de las sombras durante el tiempo que tardaron en entrar en el castillo. No era eso lo que quería hacer, por supuesto; su único deseo era estar también la estancia en la que se encontraba Gael. Ver que el ruso era capaz de contemplarlo por encima de su invisibilidad habitual, que podían encontrarse con la misma facilidad que lo hacían en una habitación vacía. 
Pero aquello no sucedió, no tuvo la confianza necesaria para afrontarlo aquella noche y como siempre sucedía, permaneció invisible y derrotado en la oscuridad.

domingo, 19 de marzo de 2017

Hopelessly devoted to you






Esbozó una sonrisa torcida cuando su obra estuvo completa, un murmullo apagado le recordó que su acompañante seguía sin estar completamente de acuerdo con aquello. Había sido una apuesta, una proposición a la que no había podido negarse. Si resistía a sus encantos, si era capaz de aguantar y resistirse ante ella; tomaría su papel. Le permitiría que la hechizase con todas aquellas armas que él decía que poseía, se rendiría ante él. Finalmente, rompería el veto.

Lo dejó con la espalda pegada a la pared, esposado y con los ojos vendados. Se sentó sobre sus piernas y le besó, mordisqueándole sin ningún pudor el labio inferior. Dejó escapar un suspiro cuando se separó de él. No quería alejarse, no podía esperar a que él la desease; a que él se decidiese a rendirse completamente.

Se desabrochó la camisa con lentitud, contemplando de reojo como su compañero de juegos cada vez estaba más expectante. Expectante por ella. La larga cabellera tapaba su blanca desnudez, aunque no importaba, al fin y al cabo, nadie más podía verla.

—Entonces gatito, ¿te gusta lo que ves? —preguntó finalmente. Una risa se escapó de forma fugaz ante el bufido de Alaric, se enfadaba si lo llamaba “gatito” pero actuaba como tal—. Oh, venga, no seas así...

—Lo sé —respondió en un quejido cuando unas manos suaves y frías le acariciaron la piel, forcejeó con las esposas en un vano intento por liberarse—, pero ¿no puedo al menos verte?

—No, es parte del juego.

Su respuesta fue tajante, pero en su voz se mezclaba la emoción con el desesperado deseo de satisfacerle, de llenar sus fantasías. Se sentó sobre las piernas desnudas de su “sumiso”, de no haber tenido el papel dominante habría estado temblando como un flan, pero sabía cómo disimular su nerviosismo. Desde que lo había conocido su relación con el demonio había sido un tira y afloja por poseerla. Suspiró y se echó sobre él, su corazón se desbocó tan pronto como su cabello le acarició el cuerpo desnudo; ella esbozó una sonrisa traviesa, se humedeció los labios y dejó un reguero de besos y lentos mordiscos a través de su cuello, los hombros y la clavícula. Lo notó agitarse bajo el peso de su cuerpo, lo notó forcejear con las esposas y con el irrefrenable deseo de devolverle lo que le estaba haciendo. No se le daba bien el rol de sumiso. Era agradable ver que Alaric era malo en algo.

—Déjame ayudarte —le murmuró.

—Recuerda el trato, gatito.

Le mordisqueó el labio tras un fugaz beso que casi podría haber sido un sueño y deslizó una de sus manos entre las piernas de su enfurruñado acompañante. Le besó la comisura de los labios y regresó al trabajo que sus manos estaban realizando. Los gemidos se intensificaron y con ello, sus deseos por satisfacerle. Dejó caer los mechones de pelo rozándole los muslos, los músculos de sus piernas se tensaron bajo su cuidado roce. Sus labios le acariciaron con extrema dulzura y lentitud, su lengua se deslizó ávida e inteligente por toda su extensión.

—Para… —suplicó.

Pero no le hizo caso.

Antes de empezar habían acordado la palabra, sólo tenía que decir la palabra y ella acabaría con todo aquello. Pero no lo decía. En aquel juego mandaba él y desde luego, no quería que lo dejase. Lo observó morderse el labio; inquieto, enfadado, vulnerable. Ella no dejó de manipularle, de saborearle, pero sabía que lo estaba disfrutando, que su deseo estaba creciendo. Paró, de forma repentina pero premeditada y contempló la mueca de consternación de Alaric.

—Habías dicho que parara, gatito —susurró en su oído, mordiéndole el lóbulo de la oreja en su paso por ella—. ¿Estás seguro? ¿Quieres que pare?

Lo rodeó con ambos brazos y lo besó. Se lo devolvió con la necesidad de mantener sus labios donde pudiera controlarlos, pero no duró mucho. Pronto decidió que aún no había acabado con su castigo. Clavó los dientes en su cuello, pegándose a él y dejándole sentir su cuerpo.

—Por favor…

—¿Por favor?

—No me dejes así —murmuró. Por primera vez, lo vio ruborizarse, completamente vulnerable. Completamente entregado a ella. Esbozó una sonrisa y volvió a agacharse entre sus piernas. Era una devota complaciente, después de todo.

[…]


—Mistress —jadeó de forma entrecortada, le temblaba todo el cuerpo y lo único que pretendía era devolverle todo lo que le había hecho.

Había ganado. Se sentó sobre sus piernas acariciando con sus muslos aquello que le había propiciado tantísima satisfacción. Deslizó sus dedos y desató la venda que le cubría los ojos, aquellos imponentes ojos grisáceos la contemplaron por primera vez. El temblor que había estado conteniendo durante su caring-rol se extendió tan pronto como él la devoró con la mirada.

—Las manos, por favor… Mistress.

El simple hecho de haberle devuelto la visión lo había devuelto al juego, le había devuelto el rol de dominador. Ya no era su gatito. Antes de perder aquellos últimos atisbos de vulnerabilidad, lo besó y él se lo devolvió con fiereza, la imperiosa necesidad había desaparecido. Se mordisqueó el labio y finalmente, le quitó las esposas.

Su cuerpo reaccionó como un resorte y tan pronto como tuvo las manos libres, la levantó y la dejó tendida en una postura donde acariciarla y besarla le resultaba mucho más fácil. La colocó en una posición en la que podía hacer que se rindiese a él, en la que podía persuadirla. Bajo toda aquella fachada de chica dura se vislumbraba el rubor, la vergüenza y quizás el miedo de no estar a la altura, a su altura. Esbozó una sonrisa y la besó extasiado, furioso, conmovido… necesitado, de nuevo. La necesitaba, necesitaba cada fibra de su ser, cada centímetro de su cuerpo que quedaba a la vista, cada esquiva mirada que se fugaba cuando sus ojos trataban de encontrarla.

—Gatito… —murmuró en bajito cuando dejó de besarla cubriéndose con las manos aquello que podía. Alaric le sujetó ambas manos con una de las suyas.

—No.

Fue todo lo que acertó a decir. No sabía cuánto hacía que la deseaba, pero desde luego no pensaba dejar que tapase aquella impresionante visión. Colocó una de sus piernas entre medios para separar las suyas. Antes de hacer nada volvió a besarla, le soltó las manos y dejó que las enredase en su pelo. Se separó de ella y se dirigió hacia sus senos, quienes ya habían sentido su piel minutos antes. Exhaló y ante su respiración, se cortó la de su compañera. Se lo llevó a la boca, jugueteó y mordisqueó su pezón. Primero un pecho, luego el otro. Se dedicó a mordisquearla hasta que las marcas de sus besos y sus dientes dominaron toda la parte superior de su cuerpo.

—Gatito… —comenzó, le costaba respirar y los nervios le impedían hablar—. Te necesito.

—Todavía no.

Y lo cumplió, pese a que su cuerpo también la deseaba y la necesitaba. La besó en la cadera y continuó bajando hasta entrar entre sus piernas. Le mordisqueó el interior de uno de los muslos y la besó con extremo cuidado después. Alterada, le levantó la cabeza y tiró de él para que se reincorporará y pudiera besarlo, para tenerle al alcance de sus manos. Pretendía distraerlo. Hacerle perder la compostura, pero en aquel ámbito Alaric tenía mucha más experiencia.

La dejó hacer durante unos instantes, necesitado de su contacto. Sin embargo, volvió a sujetar sus manos con una de las suyas y lo retomó donde lo había dejado. En cuanto su lengua estuvo en contacto con ella, la inercia la llevó a apretar los muslos. Aquello era buena señal. La escuchó gemir, forcejear contra su agarre y forzarlo a parar. Cedió ante su propio deseo y le soltó las manos.

—Te…

—Lo sé —respondió.

Se hundió en ella y la abrazó como si fuese a romperse, como si fuese la criatura más frágil del planeta. Necesitaba sentirla y aquel era el momento en el que más cerca estaría de comprender su existencia. De comprender qué había en ella para que hubiese cambiado de parecer con respecto al mundo, a su deber y a todo lo que le rodeaba.